Beto Ávila, lo que yo pienso: Juan Javier Gómez Cazarín

Si el Estadio Beto Ávila pudiera hablar, seguramente nos platicaría de haber sido testigo de incontables tardes de emoción, de calor físico, de calor humano, de convivencia alegre y de emocionantes y memorables encuentros.

Pero creo que nos diría también que, a pesar de su vasta experiencia, nunca había vivido un domingo como este 7 de septiembre.

Ni el Estado ni, creo, muchas y muchos de nosotros.

Treinta mil gentes adentro. Otras 7 mil en las calles alrededor. Treinta y siete mil veracruzanas y veracruzanos emocionados por ver a su presidenta, Claudia Sheinbaum, acompañada de su gobernadora, Rocío Nahle, para informar sobre la primera etapa del segundo piso de la Cuarta Transformación.

Gente que, como yo, respaldó su proyecto desde años antes y que ahora se siente feliz de haber tenido razón al considerarla la mejor opción para continuar la obra de transformación en el país.

Los resultados y logros nos han dado la razón. Se han hecho grandes cosas en Veracruz y vienen más en camino. Se está apoyando a la gente vulnerable todavía más -lo que de por sí parecía difícil- y se le seguirá apoyando.

Es tiempo de las mujeres y, con ello, también es tiempo de los hombres, porque nadie está fuera del proyecto de la 4T.

Pero la vida es una mezcla permanente de felicidades y tristezas, en la que sólo varía la proporción y la intensidad de unas y otras.

Este domingo murió mi tía Benita. Mi querida tía Gallo Gallina, como le decíamos cuando era chamaco.

La mejor cocinera de frijoles de olla del mundo mundial -que me perdonen mi jefa y mis demás tías-, con arroz blanco y su salsa de papaloquelite, cebolla, limón y chile habanero.

Voy a extrañar a mi tía como se extraña a la gente que se ha ido y se ha quedado en nosotros al mismo tiempo. Voy a extrañar su apapacho, su comida, su voz. Y, al mismo tiempo, la voy a recordar siempre como si estuviera cerca. Hasta siempre, tía.