Tragedia en la carretera, lo que yo pienso: Juan Javier Gómez Cazarín

La muerte de una familia completa al amanecer del domingo conmocionó a San Andrés Tuxtla y a toda la región. Yo creo que conmocionó a cualquiera que haya leído la terrible noticia.

Un choque de frente contra un autobús se llevó la vida de un padre, una madre, dos hijos y una hija. Iban a su casa, en el fraccionamiento sanandrescano de Villas Ranchoapan, a donde regresaban, probablemente, después de unas vacaciones.

El señor y la señora en sus treinta y tantos, la niña y los niños entre 12 y 4 años. Los cinco con una vida por delante.

Alguien extrajo fotografías de su Facebook. La de un paseo frente al muelle de Veracruz, seguramente un día feliz para ellos, se multiplicó en todas las páginas de noticias.

Creo que lo que más nos sacude de este tipo de muertes es el recordatorio de la fragilidad de todas las vidas. La de ellos, la de quienes nos rodean, la nuestra.

Personalmente, no sé cuántas veces he pasado por la Carretera Federal 180 y por el punto exacto donde ellos chocaron. Es el paso obligado para ir, por ejemplo, del puerto de Veracruz a Los Tuxtlas.

Se trata de un tramo recto entre la Laguna de Alvarado y el mar, que hace honor a su nombre extraoficial de “Carretera Costera del Golfo”. Una carretera, digamos, no más peligrosa de lo normal. Pero una carretera siempre es una carretera.

Quienes vivimos en el camino, sabemos que cada viaje es de mucho respeto. Sabemos que en cada tramo, aun los rectos y con buen clima, se agazapa siempre la amenaza. Un pestañeo, una llanta fallida, un bache, un perro, una rama, un vehículo de frente.

La desgracia en la carretera nos conmueve porque nos obliga a pensar en las historias detrás de cada cruz con flores que vemos en el acotamiento; nos pone frente a la realidad del delgadísimo hilo del que penden todos nuestros proyectos y sueños. Los de largo plazo y los inmediatos, los profundos y los banales. (Los “nos vemos en Xalapa, allá seguimos platicando”).

No soy nadie para dar lecciones de vida. Pero sí les puedo compartir “lo que yo pienso”.

Como se los he dicho otras veces: hay que vivir al máximo, trabajar en lo que nos gusta, disfrutar cada momento sin traicionar ni dañar a nadie, correr al amanecer, jugar con nuestros perros, cantar aunque no tengamos buena voz, echarnos unos tacos o unas empanadas, reírnos a carcajadas con nuestros amigos, decirle a nuestras familias el amor que le tenemos.

Eso y cuidarnos lo humanamente posible mientras nos encomendamos a Dios.

Mi pésame, de corazón, a los familiares y amigos de quienes fueron la familia Durán Salazar.

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